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Por Amy Goodman
La semana pasada me senté junto al ex presidente Jimmy Carter en el Centro Carter, en Atlanta. El centro estaba celebrando una conferencia de defensores de derechos humanos, personas que en la primera línea hacen frente a regímenes represivos en todo el planeta. Tras un cuarto de siglo de trabajo humanitario a través del Centro Carter, enviando observadores electorales, trabajando para erradicar enfermedades tropicales ignoradas y con el foco puesto en los pobres, Jimmy Carter se encuentra ahora en el centro de la tormenta del conflicto israelí-palestino.
Después de haber trabajado durante más de tres décadas sobre Medio Oriente, Carter ha publicado un libro titulado Palestina: Paz, no Apartheid. Ya el título de por sí ha provocado un escándalo. No obstante, Carter no se deja intimidar:
“La palabra ‘apartheid’ es totalmente precisa. Se trata de una zona ocupada por dos fuerzas. Actualmente están completamente separados. Los palestinos no pueden conducir por las mismas carreteras que los israelíes han creado o construido en territorio palestino. Los israelíes nunca ven a un palestino, con la excepción de los soldados israelíes. Los palestinos nunca ven a un israelí, excepto desde lejos, o bien a los soldados israelíes. Así que dentro del territorio palestino se hallan absoluta y totalmente separados, mucho peor de lo que estaban en Sudáfrica, por cierto. Por otra parte, la otra definición de ‘apartheid’ es que una de las fuerzas domina a la otra. Y los israelíes dominan completamente la vida de los palestinos”.
Para Carter, gran parte de la culpa de la falta del impulso de las negociaciones para llegar a una solución del conflicto es la ausencia de debate en EE. UU.: “Es una terrible persecución a los derechos humanos que de lejos sobrepasa lo que cualquiera imaginaría desde fuera. Y hay poderosas fuerzas políticas en Estados Unidos que impiden cualquier análisis objetivo del problema en Tierra Santa. Creo que no me equivoco al decir que ni un solo miembro del Congreso con el que tengo relación criticaría la situación ni pediría que Israel se retirara a sus fronteras legales o daría publicidad al sufrimiento de los palestinos, e incluso ni siquiera pediría públicamente conversaciones de paz de buena voluntad”.
Como presidente, Carter negoció los acuerdos de paz de Camp David en 1978, creando una paz duradera entre Israel y Egipto. El presidente Clinton, que presidió la fallida cumbre de Camp David en el año 2000 entre Israel y los palestinos, ha sido muy crítico con el punto de vista de Carter. Clinton culpa a los líderes palestinos por rechazar la “generosa oferta” de Israel. Es interesante saber que el principal negociador israelí, el ex ministro de exteriores Shlomo Ben-Ami, me dijo en 2006: “Si yo fuera palestino, también habría rechazado el acuerdo de Camp David”.
Mientras estábamos en Atlanta, la Universidad DePaul de Chicago alcanzó un acuerdo con el profesor Norman Finkelstein. A pesar de ponderarlo como “académico prolífico y profesor sobresaliente”, la Universidad DePaul le negó la titularidad, muchos creen que debido a su crítica abierta a la política de Israel hacia los palestinos. Hijo de sobrevivientes del Holocausto, Finkelstein ha sido elogiado por importantes académicos.
Justo unos meses antes de su muerte, Raul Hilberg, el venerado fundador del campo de los estudios sobre el Holocausto, alabó el trabajo de Finkelstein: “Hace falta mucho valor. Su lugar en la historia de la escritura de la historia está asegurado. Aquéllos que al final demuestran tener razón triunfan, y él estará entre los que habrán triunfado, aunque, por lo que vemos, pagará un alto costo por ello”.
Un debate abierto sobre Israel y Palestina no debería tener un costo tan alto. Es esencial para la paz en Medio Oriente. El Grupo de Estudios sobre Irak declaró en su Informe Baker-Hamilton: “Estados Unidos no podrá conseguir sus objetivos en Medio Oriente a menos que trate de forma directa el conflicto árabe-israelí”.
La cubierta del libro de Carter presenta una fotografía del “Muro de Separación”. Israel diseñó originalmente el muro para que recorriera la frontera de 1967, reconocida internacionalmente. Carter apuntó que Israel “decidió trasladar el muro desde la frontera israelí para entrometerse más en Palestina, para arrancar así parte de esas preciadas tierras con el fin de que los colonos israelíes las ocupen”. La Corte Internacional de Justicia ha declarado ilegal el muro. Se ha completado más de la mitad, y hay planes para extenderlo más de 640 kilómetros (400 millas), principalmente a través de Cisjordania. En algunos sitios el muro tiene más de 7 metros y medio de altura (25 pies) y está hecho de hormigón.
Carter lo describe como “mucho peor” que el muro de Berlín. El veterano pacifista israelí Uri Avnery ha escrito:
“Cuando mis amigos caen víctimas de la desesperación, les muestro un trozo de hormigón pintado que compré en Berlín. Es uno de los restos del Muro de Berlín, que se venden en la ciudad. Les digo que tengo la intención, cuando llegue el momento, de solicitar una franquicia para vender trozos del Muro de Separación”.
Ese muro se levanta también en Estados Unidos, metafóricamente, alrededor de todo debate racional que busque una solución justa y equitativa para Medio Oriente. Mi sugerencia: Derriben ese muro.
*[nota del traductor: de las famosas palabras “Tear down this wall” de Ronald Reagan en 1987 a Mijaíl Gorbachov en referencia al Muro de Berlín]
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Amy Goodman es la presentadora de Democracy Now! (www.democracynow.org), noticiero internacional diario emitido por más de 500 estaciones de radio y televisión en Estados Unidos y el mundo.
© 2007 Amy GoodmanEn inglés: http://www.aspendailynews.com/archive_21644
traducido por: Ángel Domínguez y Democracy Now! en español, spanish@democracynow.org