Amy Goodman y Denis Moynihan
Wampanoag, Massachusett, Nipmuc, Mohegan, Pequot, Narragansett, Passamaquoddy, Miꞌkmaq. Estos son solo algunos de los pueblos originarios que conforman lo que actualmente se denomina Nueva Inglaterra, región donde se celebró la primera cena de Acción de Gracias hace 400 años, en el otoño boreal de 1621. El mito de esa comida compartida se ha ido transformando a lo largo de los siglos, hasta convertirse en una representación de la amistad y la cooperación entre los colonos ingleses que se asentaron en la ciudad de Plymouth, en el estado de Massachusetts, y los miembros de la tribu Wampanoag que habían estado allí durante al menos 10.000 años. Si bien ese encuentro fue pacífico, en el mejor de los casos fue una tregua simbólica en el curso del genocidio que los colonos europeos estaban llevando a cabo contra las poblaciones nativas. Mientras las familias estadounidenses se reúnen en todo el país para celebrar el Día de Acción de Gracias de 2021, las comunidades indígenas que han sobrevivido a siglos de violencia, desplazamiento y racismo sistémico continúan en pie de lucha, defendiendo la tierra, el agua y su propia existencia.
Esos primeros 100 colonos, popularmente conocidos como “peregrinos”, llegaron al territorio del pueblo Wampanoag en 1620. Después de atravesar el primer invierno, asolados por las enfermedades y el hambre, el número de esos colonos se redujo a 54. Los indígenas acudieron en su ayuda y les enseñaron a cultivar los productos locales. Llegado el momento de la cosecha, los colonos lograron almacenar suficiente comida para sobrevivir el siguiente invierno y organizaron un banquete para celebrarlo. Mientras tanto, los Wampanoag acababan de sufrir una epidemia que había durado varios años y diezmado a varias poblaciones nativas de la región, por lo que, según creen los historiadores, la tribu buscó una asociación estratégica con los colonos. En ese entonces, el rey Jacobo I de Inglaterra fomentaba el proceso de colonización e incluso afirmaba que la epidemia mortal que había sufrido el pueblo Wampanoag había resultado beneficiosa. En una proclama emitida en 1620, el rey Jacobo calificó a esa epidemia como una “peste maravillosa” que había provocado “la destrucción, la devastación y el despoblamiento de todo ese territorio”.
El historiador Bernard Bailyn, fallecido el año pasado a la edad de 97 años, describió a esa época como “los años bárbaros”, ya que los llamados “peregrinos” cometían masacres y montaban campañas militares cada vez más crueles contra las comunidades nativas para quedarse con sus tierras. Luego del rey Jacobo I, otros líderes se expresaron sobre el genocidio en curso de una manera más diplomática e implementaron iniciativas coloniales como la denominada “Destino Manifiesto” y la Ley de Reorganización Indígena de 1934 que cimentaron el sistema moderno que promueve el empobrecimiento y abandono de las reservas indígenas.
Uno de los reclamos que enumeró la Declaración de Independencia de Estados Unidos contra el rey Jorge III fue su apoyo a los supuestos ataques que “indios salvajes y despiadados” perpetraban contra los colonos. Desde 1777 hasta 1868, Estados Unidos firmó al menos 368 tratados con naciones originarias y no cumplió con ninguno de ellos. Canadá tiene un historial similar en ese sentido. Las comunidades indígenas de ambos países no han dejado de exigir que se respeten esos tratados y la soberanía de los pueblos nativos.
En noviembre de 1969, un grupo de activistas indígenas estadounidenses ocupó la prisión federal de la isla de Alcatraz en la bahía de San Francisco, que estaba cerrada y abandonada, y emitió un manifiesto de carácter sarcástico. En esa proclama, los activistas “exigían” que Alcatraz se convirtiera en una reserva, ya que tenía todas las características de una: estaba aislada; no contaba con sistema de agua corriente ni saneamiento; no había acceso a la atención médica, a la educación ni al empleo; y sus ocupantes serían tratados como prisioneros. La ocupación duró 19 meses, involucró a miles de personas e inspiró a los pueblos indígenas de América del Norte a exigir justicia. Posteriormente, en 1973, un grupo de activistas del recién fundado Movimiento Indígena Estadounidense tomó el control de Wounded Knee, una pequeña localidad situada en la reserva indígena de Pine Ridge, en el estado de Dakota del Sur. La ocupación impulsó la solidaridad internacional por los derechos indígenas.
En 2016, la resistencia indígena llegó a la primera plana de los medios mundiales cuando las tribus Lakota y Dakota establecieron campamentos en la reserva Standing Rock para oponer resistencia a la construcción del oleoducto Dakota Access. Luego de que la empresa propietaria del oleoducto, Energy Transfer Partners, atacara a golpes a los defensores indígenas del agua y azuzara perros contra ellos, el número de ocupantes de los campamentos aumentó de manera drástica a más de 10.000 personas, entre las que se contaban representantes de más de 200 naciones y tribus indígenas. El oleoducto finalmente se construyó, pero había surgido una nueva era de resistencia indígena.
En la actualidad se están construyendo varios oleoductos para transportar el petróleo extraído de las arenas bituminosas del oeste de Canadá, lo que implica el traslado del combustible fósil más contaminante del mundo a través de territorios indígenas y ecosistemas frágiles. La resistencia liderada por indígenas contra el oleoducto Línea 3 de la empresa Enbridge en el norte del estado de Minesota lleva varios años en curso. La líder de la tribu Anishinaabe, Winona LaDuke, ha estado en la primera línea de esa resistencia. LaDuke criticó al presidente Joe Biden por no tomar ninguna medida contra la construcción de la Línea 3 de Enbridge. En una entrevista con Democracy Now!, la activista se refirió a la decisión de Biden de designar a Deb Haaland como Secretaria del Interior, la primera persona indígena en ocupar un cargo en un gabinete presidencial de Estados Unidos:
“Joe, no designes en tu gabinete a personas indígenas solo para quedar bien. Déjalas hacer su trabajo. Este Gobierno colonial necesita el aporte de la comunidad indígena. Es la forma de que las cosas cambien”.
En la provincia canadiense de Columbia Británica, la nación soberana de Wet’suwet’en viene llevando adelante una lucha contra la construcción del gasoducto Coastal GasLink, de la empresa TC Energy, un proyecto que costará miles de millones de dólares. Esta semana, la policía federal canadiense puso fin a un bloqueo de varios meses de duración en el sitio de perforación del gasoducto. La policía irrumpió violentamente, con un hacha y una motosierra, en una de las casillas montadas por los activistas y arrestó a los defensores de la tierra que estaban dentro. Luego, la policía quemó completamente la casilla.
El mito de esa exuberante comida que los colonos y los indígenas compartieron hace 400 años sigue enmascarando y ocultando la miseria que sufren las comunidades indígenas, desde la pobreza, hasta el abuso de sustancias, pasando por la actual epidemia de mujeres indígenas desaparecidas y asesinadas. Pero las comunidades nativas, resilientes y organizadas, se han puesto en pie de lucha y continúan resistiendo. Demos gracias por eso.
© 2021 Amy Goodman
Traducción al español de la columna original en inglés. Edición: Democracy Now! en español, spanish@democracynow.org
Amy Goodman es la conductora de Democracy Now!, un noticiero internacional que se emite diariamente en más de 800 emisoras de radio y televisión en inglés y en más de 450 en español. Es co-autora del libro “Los que luchan contra el sistema: Héroes ordinarios en tiempos extraordinarios en Estados Unidos”, editado por Le Monde Diplomatique Cono Sur.
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