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Por Amy Goodman
Mi objetivo como periodista es romper la barrera del silencio. Atravesar las interferencias y proyectar aquellas voces que no suelen escucharse. No hablo de una minoría marginal, ni siquiera de la mayoría silenciosa, sino de esa mayoría silenciada, cada vez más inquieta, que busca fuentes alternativas de información en un mundo complejo.
Con esta columna, pretendo sumarme al importante ritual que es leer la prensa, examinar las noticias, discernir por mí misma en qué estado se encuentra el mundo y el lugar que me corresponde en él. Los invito a acompañarme a ese lugar del silencio, a descubrir aquellas noticias y periodistas que son ignorados. Esta columna incorporará voces que a menudo quedan excluidas, voces de personas cuya opinión pasan casi siempre por alto los medios de comunicación, y temas que esos mismos medios acaban distorsionando e incluso ridiculizando.
Si tomamos por ejemplo la televisión, uno podría llegar a creer que no existen puntos de vista discrepantes y a la vez legítimos en el mundo. Lo que habitualmente se nos presenta como análisis de las noticias procede en su mayor parte de un reducido círculo de expertos que saben muy poco de todo y que tratan de explicarnos el mundo. Aunque en apariencia parecen discrepar entre sí, todos se limitan a especular sobre la rapidez con que deberían lanzarse las bombas, sin siquiera cuestionar si deberían lanzarse o no.
Desgraciadamente, como resultado, el público le da la espalda a las noticias, cuando en verdad los medios deberían estar proporcionando un foro de debate –un foro franco, abierto, que sopese todas las opciones y que incluya esas voces tan a menudo excluidas, a pesar de verse profundamente afectadas por la política de los EE.UU. en todo el planeta.
La tarea de los medios consiste en ser la excepción frente a los gobiernos, exigir a aquellos que ocupan posiciones de poder responsabilidades por las decisiones que toman, desafiar y plantear las preguntas difíciles; en resumen, hacer las veces de perro guardián del público.
Nosotros, desde los medios, debemos buscar historias esperanzadoras. Debemos relatar historias que incumban a las personas, historias sobre aquellos que viven muy lejos de las sofisticadas preocupaciones de esa masa de expertos que pueblan como aves carroñeras la pequeña pantalla. Necesitamos escuchar debates locales en un contexto global.
En este nuevo entorno mediático, los periódicos locales y regionales podrían ofrecer de forma coherente a sus lectores las voces auténticas de aquellos que en sus respectivas comunidades tienen que lidiar con un mundo globalizado. No hay que esperar al nacimiento de estos medios alternativos; los estamos construyendo ahora mismo.
La prensa siempre detentó un papel central para mis colegas en los medios independientes a la hora de recopilar las noticias del día. Con esta columna, espero ir más allá de los nueve segundos y proporcionarles la noticia entera, las voces populares de esta y de otras comunidades del mundo.
Esta columna hará de foro para las historias de la calle, no de las suites de hotel. Los pondrá al corriente de las cuestiones importantes del día, pero sobre todo, y esa es mi intención, les transmitirá la relevancia del día a día.
Proyectará las voces de sus comunidades, del mundo entero, de personas que como ustedes viven en una comunidad crecientemente globalizada. Estos cambios sin precedente afectan a todos, en todas partes y de forma parecida. Este es el tono y la dirección que espero darle a esta columna.
Imagino a los medios como una colosal mesa de cocina que se extiende a lo largo y ancho del país, a la que podemos arrimarnos para debatir y discutir los asuntos más críticos del momento: la guerra y la paz, la vida y la muerte. Cualquier otra cosa sería hacerle un flaco favor a una sociedad democrática.