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Mientras siguen llegando miles de inmigrantes a Estados Unidos tratando de huir de la violencia de América Central, esta semana un pueblo de Texas llamado League City aprobó una resolución por la cual se prohíbe el ingreso de menores indocumentados a su municipio. La medida se hace eco de los sentimientos que se avivaron justo antes del 4 de julio en Murrieta, California, cuando la policía impidió que tres colectivos de inmigrantes llegaran hasta un edificio de inmigración. Los colectivos con decenas de niños que habían sido trasladados desde un centro de detención superpoblado de Texas fueron luego rodeados por manifestantes que cantaban cánticos antiinmigrantes. “Una sociedad es juzgada por el modo en que trata a los niños y lo que vimos ese día fue el peor espíritu estadounidense”, afirma Enrique Morones, director del grupo Border Angels (Ángeles de la frontera). Esto se produce en momentos en que, según informes, los niños hondureños están siendo objeto, cada vez más, de la violencia de las bandas; las estadísticas de la Policía fronteriza indican que hay una fuerte correlación entre las ciudades de América central con altas tasas de homicidios y oleadas de niños que se dirigen a Estados Unidos. “Lo que tenemos que hacer, como haríamos con refugiados de cualquier otro lugar del mundo, es permitirles ingresar al territorio y hacer los trámites para establecer su condición y atenderlos como personas que necesitan protección internacional”, afirma Shelly Pitterman, titular de la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, en Washington D.C. Pitterman representa la oficina para los gobiernos del Caribe y Estados Unidos.