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Transcripción
AMY GOODMAN: Pasamos a la segunda parte de la entrevista al periodista Steve Coll ganador del Premio Pulitzer. Su exhaustivo libro, “Private Empire: ExxonMobil and American Power” (El imperio privado. Exxon Mobil y el poder estadounidense) muestra una de las empresas más grandes y poderosas del país. Coll se refiere a Exxon como una empresa con poder de tipo estatal dentro del Estado estadounidense. Hoy, la revista Fortune anunció que ExxonMobil había llegado a lo más alto de la lista Fortune 500 del año 2012, superando a Wal-Mart.
Steve Coll preside la organización New America Foundation y es redactor de la revista The New Yorker. Anteriormente fue jefe de redacción en el periódico Washington Post y también fue reportero, corresponsal en el extranjero y editor en ese mismo diario. Ganó el premio Pulitzer por segunda vez con su libro “Ghost Wars: The Secret History of the C.I.A. Afghanistan, and Bin Laden, from the Soviet Invasion to September 10, 2001” (Las guerras fantasmas: historia secreta de la CIA, Afganistán y Bin Laden, desde la invasión soviética hasta el 10 de septiembre de 2011). También es autor del libro “The Bin Ladens: An Arabian Family in the American Century” (Los Bin Laden, una familia árabe en el siglo estadounidense).
Juan González y yo hhablamos con Steve Coll el viernes. La primera parte de la entrevista se puede encontrar en nuestro sitio democracynow.org. Allí, comenzamos preguntándole sobre el controvertido papel que ExxonMobil tuvo en Indonesia, mientras explotaba lucrativos yacimientos de gas en medio de una sangrienta guerra de independencia.
STEVE COLL: Durante esta contienda, la gran recompensa, la fuente de mayor riqueza en la economía de Aceh, era esta gran reserva de gas y la infraestructura relacionada con su explotación, primero propiedad de Mobil y después de Exxon cuando se fusionaron en 2000. Según esta serie de acuerdos, ExxonMobil les pagaba un salario a las fuerzas indonesias que se desplegaban alrededor del perímetro de este yacimiento de gas. En el juicio se presentan mensajes de correo electrónico que demuestran que había bastante interacción cotidiana entre los oficiales de seguridad de ExxonMobil y los comandantes de estas fuerzas en el lugar. Pude entrevistar a diferentes personas implicadas en esto y observé que había una relación mucho más estrecha entre ExxonMobil y las fuerzas de lo que la empresa había descrito previamente. Pienso que los documentos lo dejan en claro.
Lo otro que pasó fue que los grupos guerrilleros empezaron a entender —por las razones que usted describió antes: el uso de los bulldozers para cavar fosas, la persistencia de torturas y detenciones dentro del perímetro de los yacimientos de gas propiedad de ExxonMobil, el hecho de que las fuerzas indonesias establecieran estos centros de detención justo en el límite, yo los vi cuando estuve allí y hablé con las víctimas— que ExxonMobil estaba del lado contrario en la guerra, así que comenzaron a atacar las instalaciones de la empresa. Esto hizo que entrara en escena el gobierno de Bush. Y los telegramas del Departamento de Estado —que se dieron a conocer por un pedido hecho para mi libro conforme a la Ley de Libertad de Información— muestran que el gobierno de Bush básicamente se puso en contacto con los grupos guerrilleros en 2001 y les dijo: “Tenemos una lista de terroristas en la que hay gente como ustedes. Los instamos a que dejen de atacar a ExxonMobil, de lo contrario los vamos a agregar a nuestra lista como organización terrorista internacional”. Uno de los capítulos del libro describe todo esto a partir de la cita de un telegrama de esa época del Departamento de Estado en el que un diplomático del gobierno de Bush les dice a los líderes guerrilleros “¿De verdad nos quieren de enemigos?”. Y al final, los guerrilleros responden “Está bien, vamos a dejar de atacar ExxonMobil y vamos a desarrollar nuestra guerra por otros medios”.
JUAN GONZÁLEZ: Steve Coll, también hay un capítulo en su libro que se titula “¿No pueden la CIA y la Marina resolver este problema?” que se refiere a la participación de ExxonMobil en Nigeria. Varias veces informamos aquí en Democracy Now! sobre lo que hace Chevron en Nigeria, pero, ¿qué pasa con ExxonMobil?
STEVE COLL: Está en ese país. De alguna manera, desde el punto de vista empresarial, la situación en la que está es más favorable que la de Chevron y Shell, porque el petróleo que [ExxonMobil] explota está en aguas profundas en alta mar y las instalaciones que tiene en el Delta son más discretas y están menos extendidas que las de Chevron y Shell. Fui al estado de Akwa Ibom a verlas y hablé con líderes locales de la comunidad y políticos de la zona del Delta quienes manifestaron que les cuesta mucho trabajo conseguir que ExxonMobil apoye sus objetivos de desarrollo; ese es el caso del estado Rivers y Delta.
Pero lo que realmente pasó en 2008 fue que el Movimiento para la Emancipación del Delta del Níger, una especie de grupo guerrillero en la sombra que atacó petroleras de ahí, empezó a atacar a ExxonMobil. Consiguieron lanchas y empezaron a ir a esas plataformas en alta mar y a atacar las instalaciones de la empresa. Y la empresa, escarmentada por la experiencia en Aceh, Indonesia, y al no querer otra demanda judicial, finalmente, muy tarde, firmó un contrato de prácticas responsables en la empresa, en el que prometió no disparar contra la gente, excepto en circunstancias extremas. Estaban implementando este nuevo régimen, pero no estaban muy seguros de cómo manejar el hecho de que los atacaban una y otra vez. Así que, básicamente, se comunicaron con el gobierno de Bush de nuevo en 2008 y dijeron (es de aquí de donde viene la cita): “¿No puede la CIA y la Marina resolver este problema?”. Estados Unidos ya había creado un nuevo comando militar para África con base en Alemania y hubo intentos de que los militares estadounidenses les resolvieran el problema.
AMY GOODMAN: A finales de febrero, se presentaron ante la Corte Suprema [de EE.UU] argumentos en torno a si las grandes empresas podían ser juzgadas en tribunales estadounidenses por violar los derechos humanos en el extranjero.
STEVE COLL: Perdón, me parece que perdí la conexión.
AMY GOODMAN: Ese caso se llama Kiobel contra Royal Dutch Shell. Democracy Now! habló con Marco Simons, director legal de la organización sin fines de lucro EarthRights International, quien explicó el significado del mismo.
MARCO SIMONS: Este caso en realidad trata de determinar si una gran empresa que comete graves abusos de los derechos humanos, crímenes contra la humanidad, genocidio o tortura con la ayuda del Estado, puede obtener ganancias a partir de esos abusos y proteger esas ganancias de las víctimas cuando éstas denuncian a la empresa ante la justicia. Básicamente se trata de determinar si las grandes empresas son libres de toda responsabilidad cuando cometen graves abusos de los derechos humanos en todo el mundo. Y eso es lo que la Corte de Apelaciones sostuvo en este caso. Dijeron que hoy en día, no se puede demandar a una gran empresa por graves violaciones a los derechos humanos bajo ninguna circunstancia.
AMY GOODMAN: Escuchábamos a Marco Simons, director legal de EarthRights International, Steve Coll, ¿qué opina de la posibilidad de que las grandes empresas sean demandadas por abuso de los derechos humanos?
STEVE COLL: Algunos de los abogados de derechos humanos que trabajaron en el caso Aceh mantuvieron a sus clientes en el caso de manera notablemente constante y hábil. Es casi como en una novela de Dickens. La demanda fue presentada en 2000. Aún está en marcha y el juicio ni siquiera está cerca porque ExxonMobil apeló una y otra vez. Y si bien en algunas instancias ganaron, los abogados de las víctimas de Aceh siguieron con el caso y lo mantienen abierto. Sigue vigente. En los 12 años que el caso lleva abierto desde que se presentó, un par de demandantes, las víctimas, murieron de viejos y no está claro si el caso va a ir a juicio. Pero lo que es admirable es que diferentes jueces designados por diferentes presidentes y de diferentes tendencias rechazaron básicamente la idea de que no se debe culpar a nadie. Lograron mantener esta idea —que el invitado anterior explicó— y la mantuvieron viva en los juzgados, por lo que aún quedan esperanzas de que haya responsables.
JUAN GONZÁLEZ: Steve Coll, ¿de qué manera está ExxonMobil involucrado en Chad?
STEVE COLL: Esta es una historia fascinante. Chad es un país que está sumido en la oscuridad: hoy ocupa el lugar 181 de 187 países en calidad de vida, según el índice de desarrollo humano de la ONU. La expectativa de vida es por debajo de los 50 años. Pero tiene petróleo. Y su líder autoritario, por decirlo de manera suave, Idriss Déby, decidió tratar de desarrollar este petróleo, a pesar de que Chad no tiene salida al mar y no tenía medios propios para construir una empresa petrolera. Entonces invitaron a Exxon y al Banco Mundial y ellos hicieron el experimento, sin precedentes, de exigirle a Chad que invierta las ganancias del petróleo en el bienestar del pueblo, en educación, salud y desarrollo social. Exxon participó en eso y lo describió como un modelo nuevo que podía aplicarse a la maldición de recursos en África, por la cual los países ricos en minerales tratan de desarrollarse a través de la venta de esos minerales y a menudo no benefician muy bien al pueblo. De modo que este fue un gran experimento y falló.
Falló en 2006 cuando Déby pensó que le faltaban armas para rechazar a los rebeldes que amenazaban su régimen. Lo que el libro describe, por medio de documentos del Departamento del Estado y otros documentos que surgieron a lo largo de la investigación, es que el motivo por el cual Déby pudo abandonar el acuerdo y las promesas que había hecho de usar el dinero del petróleo para el pueblo, fue que el precio del petróleo subió y ExxonMobil le dijo “Le vamos a pagar más de $500 millones de dólares al año en concepto de impuestos, porque ahora tenemos mucho dinero. Puede usar ese dinero para abandonar el acuerdo con el Banco Mundial y liberase de las exigencias onerosas que lo obligan a gastar en salud y educación”. Y eso es lo que pasó. De hecho, en este caso, ExxonMobil discutió con el gobierno de Bush que quería que el acuerdo continuara. Básicamente, ExxonMobil, sin llamar la atención, le brindó a Déby los medios para que pudiera abandonar el acuerdo.
AMY GOODMAN: Ahora quiero que hablemos de Afganistán. Usted estuvo investigando este tema en sus libros anteriores, además de este libro excepcional que acaba de escribir “Private Empire: Exxon Mobil and American Power” (Imperio privado. Exxon Mobil y el poder estadounidense). A principios de esta semana en Afganistán hubo varias explosiones fuertes que estremecieron Kabul horas después de la visita inesperada del presidente Obama, al cumplirse un año del asesinato de Osama Bin Laden. Los talibanes se adjudicaron los ataques suicidas que dejaron un saldo de por lo menos siete muertos y numerosos heridos. Durante su breve visita, el presidente Obama le habló al pueblo estadounidense en el horario de mayor audiencia desde la base aérea Bagram. Además, el presidente firmó un acuerdo en Kabul con el presidente Karzai sobre las futuras relaciones entre los dos países, antes de la cumbre de la OTAN en Chicago que se realizará este mismo mes.
PRESIDENTE BARACK OBAMA: Buenas noches desde la base aérea Bagram. Este lugar es un puesto de avanzada ubicado a más de 11.200 km del país, pero desde hace más de una década está cerca de nuestros corazones, porque aquí en Afganistán, se sacrificaron más de un millón de nuestros hijos e hijas para proteger nuestro país. Hoy firmé un acuerdo histórico entre Estados Unidos y Afganistán que define un nuevo tipo de relación entre nuestros países, un futuro en el que los afganos sean responsables de la seguridad de su nación y en la que construyamos una relación de igualdad entre dos Estados soberanos, un futuro en el que no haya más guerra y empiece un capítulo nuevo.
AMY GOODMAN: Escuchábamos al presidente Obama. Steve Coll, ¿qué importancia tienen el petróleo, este período en Afganistán y la guerra en ese país, que sigue siendo la guerra más larga en la historia de Estados Unidos?
STEVE COLL: Es un momento muy frágil y ese discurso obviamente estaba dirigido tanto a la audiencia estadounidense como a otras y fue en parte la forma de explotar el aniversario del asesinato de Osama Bin Laden que hacen los políticos que buscan la reelección. Creo que el problema con la guerra es que hay una discrepancia cada vez mayor entre discursos públicos como ese, congresos internacionales y afirmaciones de que la guerra va bien y que lo vamos a lograr por un lado y los hechos en el lugar por otro. Fueron dos años difíciles en Afganistán. Y la tendencia en algunas regiones y provincias, cuando viajo, tienden a ser desfavorables. Me temo que los supuestos básicos sobre la política en Afganistán, a saber, que las fuerzas armadas afganas pueden mantenerse unidas y que puede haber una transición equilibrada en Kabul al final del mandato del presidente Karzai en 2014 o que la comunidad internacional puede reducir su presencia sin provocar una nueva guerra civil, desde acá son supuestos muy endebles. Entonces, es muy desalentador cuando los funcionarios públicos hablan con enorme seguridad y hacen una serie de afirmaciones abstractas, cuando en realidad en nuestro sistema, con todas las debilidades que podamos tener, dejaríamos de mentirnos sobre los hechos y encararíamos los datos reales, por desagradables que fueran. Lo que más me preocupa de esta guerra ahora es la brecha que hay entre la verdadera situación en el lugar y lo que dicen en público quienes toman decisiones.
JUAN GONZÁLEZ: Steve Coll, volviendo a ExxonMobil, usted dice que esta es una de las empresas más grandes y más redituables en la historia de Estados Unidos. Pero, comparándola con otras grandes empresas —como Wal-Mart, Apple o Microsoft— en general recibe muy poca atención o muy poca cobertura en los medios, salvo en la sección de negocios. ¿Por qué?
STEVE COLL: Porque esa es su política y son muy buenos en eso. La política de relaciones públicas —hasta ellos mismos lo dicen en broma— es decir “Sin comentarios” en 50 idiomas distintos. Su estrategia de negocios es mantener un bajo perfil. Y cuando uno piensa en los tipos de acuerdos que tienen en lugares como Chad, Guinea Ecuatorial o Aceh, se puede entender por qué prefieren mantener un bajo perfil. Les interesa que sea así; eso dirían.
Como periodista, hace mucho que informo sobre gobiernos y grandes empresas y estoy acostumbrado a estrategias de relaciones públicas, objetivos difíciles y grandes empresas o individuos que no quieren que se escriba sobre ellos. Diría que ExxonMobil fue casi el objetivo más difícil que tuve, no solamente por la resistencia que la empresa tiene al periodismo o a la crítica por parte de organismos públicos, sino también porque están muy disciplinados. Y están muy bien financiados. Entonces, cuando toman un rumbo, como la estrategia que tienen hacia los medios, realmente tienen los recursos para presionar. Por lo tanto es una empresa invisible porque quiere ser invisible.
AMY GOODMAN: Steve Coll, ¿puede comentarnos sobre el “God pod” (La cápsula de dios) en la oficina central en Irving, Texas? Usted también dedica mucho tiempo a investigar a Lee Raymond, el ex director ejecutivo de ExxonMobil, que tiene una relación cercana a Dick Cheney, ¿qué significa todo eso? y ¿qué fue lo que más lo sorprendió cuando escribió “Private Empire”?
STEVE COLL: La cápsula de dios se refiere a la oficina central de todas las oficinas de ExxonMobil en el mundo, que es una especie de campus simple en las afueras del aeropuerto Fort Worth de Dallas. El grupo que trabaja allí es relativamente pequeño, pero muy de elite. Y el interior trasmite una leve sensación de algo misterioso y vacío. En los pasillos se oye el eco y es un lugar muy formal. Es casi como la oficina central de una empresa como ExxonMobil versión Hollywood.
Pero contestando su pregunta sobre qué me sorprendió, yo creía que la relación entre ExxonMobil y el gobierno de Estados Unidos era más complicada de lo que había pensado o que no iba a ser fácil describirla en una oración. Lo que me sorprendió fue en qué medida ExxonMobil se considera a sí misma, orgullosamente, como un Estado soberano e independiente, como su propio gobernante, con su propia política exterior y su propia política económica. Y llegué a considerarla un poco como a Francia, en el sentido de que a veces estuvo alineada con Estados Unidos, otras veces estuvo en contra, pero en general trataron de desarrollar su propio sistema global sin preocuparse mucho por lo que quería el gobierno en Washington.
Pero la excepción a eso fue la relación personal que había entre Lee Raymond, el director ejecutivo de ExxonMobil, y Dick Cheney, el vicepresidente de EE.UU. Eran amigos y vecinos en Dallas antes de que Cheney fuera a Washington. Cuando Cheney dirigía Halliburton y Raymond dirigía ExxonMobil, eran socios. Pero lo más importante es que eran compañeros de caza y venían de entornos similares, del medio oeste de Estados Unidos, y tenían una visión del mundo similar. Entonces, cuando Cheney estaba en Washington, Raymond tenía su propio canal de comunicación con el gobierno de EE.UU. que fue muy eficiente. Le resultó muy frustrante hacer lobby ante el Departamento del Estado y pasar por instancias burocráticas, entonces intentó evitarlos. Podía hacerlo porque le bastaba con hacer una sola llamada al vice presidente e intercambiar sus puntos de vista sobre lo que estaba pasando en el mundo. En ocasiones, le pidió a Cheney que interviniera para apoyar los convenios petroleros de ExxonMobil en Medio Oriente.
JUAN GONZÁLEZ: ¿ExxonMobil apostó o usó la fracturación hidráulica?
STEVE COLL: Es un tema importante para la empresa. En 2010, compraron la empresa de gas natural más grande de Estado Unidos que hace fracturación hidráulica, una empresa que se llama XTO. Gastaron cuarenta mil millones de dólares en la compra. Y al hacerlo, produjeron un cambio importante hacia el desarrollo del gas natural en Estados Unidos, en particular del gas que se extrae mediante técnicas no convencionales, conocidas como fracturación hidráulica –que consiste básicamente en fracturar piedras para liberar cavidades de gas relativamente pequeñas y sacarlo de la tierra.
Lo interesante de esto es que la fracturación hidráulica concita mucha atención en toda la industria. Primero, ExxonMobil es el actor más grande de la industria; segundo, está muy enfocada en intentar controlar al régimen regulatorio que ahora está apareciendo. Hay muchos debates y discusiones en torno a si el gobierno federal —la Agencia de Protección Ambiental (EPA), probablemente el ente regulador más estricto que tenemos— debe supervisar las regulaciones o si deben hacerlo los estados y las comunidades locales, donde el poder es más difuso y hay menos pericia. Entonces ExxonMobil está muy ocupado tratando de dar forma a este régimen.
Pero a la larga, a veces la empresa tiene el hábito auto controlado de debilitar su propio radicalismo hacia la regulación del gobierno. Creo que el cambio climático es un ejemplo de las tácticas extremas que usaron; hicieron mucho daño, pero también terminaron exponiéndose. Y este es el tipo de desafío de la nueva generación para ellos. ¿Pueden abandonar sus propias prácticas mientras tratan de dar forma a este régimen de fracturación hidráulica? o ¿van a terminar confirmando las dudas generalizadas sobre la fracturación hidráulica?
AMY GOODMAN: Steve Coll, para finalizar queremos volver al principio. En la revista The New Yorker usted incluyó un fragmento del libro “Private Empire” sobre la política del Partido Republicano y ExxonMobil. ¿Puede referirse otra vez a la importancia que tiene Exxon ahora en este año electoral y el poder que tiene en Washington, D.C.?
STEVE COLL: Hablamos de la oficina en Washington, que es una de las oficinas de grupos de presión de grandes empresas más influyente en la ciudad —está ubicada en la calle K— y de cómo las donaciones de su comité de acción política están muy orientadas hacia un sector, el Partido Republicano. Tal como lo demostraron algunos de los informes que ustedes hicieron mientras hablábamos, esta es otra elección, como lo fue la de 2008, en que el poder de las empresas petroleras, particularmente ExxonMobil, es de hecho un tema explícito de la campaña. Es muy raro que el presidente de Estados Unidos nombre una empresa, mencione sus ganancias y cuestione la legitimidad de las mismas. Eso demuestra que ésta es una contienda en serio y creo que ExxonMobil tiene la misma actitud. El presidente y el Partido Demócrata, por su parte, saben muy bien que ExxonMobil en realidad es una empresa bastante atípica, en el sentido que permitió que los gastos de sus comités de acción política se identifiquen exclusivamente con el Partido Republicano. Entonces eso le da valor para salir y hablar directamente de estos temas.
Creo que lo positivo de esto es que durante esta campaña podremos escuchar un argumento más directo sobre el poder que las grandes empresas petroleras tienen en Estados Unidos y lo que significa para las familias y los ciudadanos comunes que viajan a diario y para las familias de trabajadores que no tienen otra opción más que ir a la estación de servicio y llenar el tanque del auto para ir a trabajar. No pueden controlar el precio y terminan pagando un impuesto de un modo muy directo sin que el gobierno apruebe una ley.
AMY GOODMAN: Steve Coll fue ganador del premio Pulitzer. Su libro más reciente se llama “Private Empire: Exxon Mobil and American Power” (Imperio privado. Exxon Mobil y el poder estadounidense) y deja al descubierto a ExxonMobil, una de las empresas más grandes y poderosas de Estados Unidos. Si quiere ver la primera parte de la conversación, vaya a nuestro sitio en Internet en democracynow.org.
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Traducido por Carey Beemer, Ter García y Javier Trino; editado por Gabriela Díaz Cortez. Subtítulos por Tania Mota.